Hace
muy poco escuchaba con atención un tema del cantautor Gianmarco, el título, “invisible”.
La letra describía la historia de un muchacho o quizá muchacha que era
invisible como el aire, a los ojos de quien seguramente atraía su atención,
pensamiento, miradas y emociones. Y fue así que meditando en la letra y
endulzándome con la melodía empecé a preguntarme cuán extraños son los amores
no correspondidos, los unilaterales. Los que implican regocijarse con una
sonrisa a la que queremos traducirla como un coqueteo. Aquellos amores que
viven de esperanzas, que se alimentan de paciencia y que luchan constantemente
por hacerse notar y agradar a quien probablemente nunca permitirá cruzar la
línea de la amistad. Y es que en las cuestiones de amor, existe una química especial
que se desarrolla entre dos personas que coincidieron es espacio y lugar.
Química que no existe en los amores unilaterales, y que a pesar de todos los
esfuerzos que pueda realizar quien ha desarrollado afectos, quizá en silencio o
quizá a gritos no atendidos, no permitirán desarrollar una historia de amor.
Quizá
lo mejor será aceptar con hidalguía que no todo aquello que deseamos puede
convertirse en una realidad en este camino, y que el amor que surgió producto
de la súplica (quizá no en el sentido literal de la palabra) podría terminar de
un modo que deje más heridas que las que ya existían cuando no era atendido. A
veces es necesario dar pasos al costado, cerrar historias no iniciadas y
voltear la mirada hacia otro lado. Quién sabe y quizá la indiferencia por aquel
amor unilateral termine por tornarlo bilateral.
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