Los días pasan, y casi no tenemos tiempo para detenernos unos minutos y mirar a nuestro alrededor. Nos concentramos en lo que nos falta, en lo que nos duele y en lo que nos preocupa; y descuidamos lo realmente importante.
Abrazar al amigo, jugar con los niños, leer un buen libro, escuchar tu playlist favorito y cantar a viva voz sin que importe lo afinados que seamos, contemplar las estrellas, esperar un atardecer, hablar con Dios y así consolar nuestro corazón.
Nos olvidamos, en especial, de agradecer. Si tan solo usáramos unos minutos del día para observar y valorar todo lo bueno que tenemos, quizá no nos quedaría tiempo para quejarnos. Agradecer por la vida, por la salud, por los hijos, los padres, los amigos, la creación, e incluso por todo lo que en apariencia malo, trae consigo inmensos bienes que hoy no vemos pero que pronto develarán la mano de Dios en nuestra vida.
Creo y experimento la presencia de mi Dios amable y bondadoso, del que
me abraza en silencio miles de veces, que me sostiene con sus hilos
providentes, que me susurra fortaleza, que me perdona y me espera siempre.
Porque no se trata de esperar de Dios grandes o extraordinarios milagros, Él
hace muchos cada segundo del día, bastaría con detenerse a observar una flor,
para encontrar a Dios en cada suspiro de sus creaturas.
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