Cuando fui por
primera vez a la escuela secundaria, tenía una mezcla de emociones. Por un lado
la idea de tener nuevos amigos y maestros me llenaba de alegría pero a la vez
una especie de ansiedad a lo desconocido me preocupaba un poco. Para ese
entonces tenía tan sólo 12 años, mis mayores problemas eran de matemática o de
inglés. Si bien crecí en un hogar de niños abandonados, nunca me sentí
abandonada. Al contrario, tuve muchos hermanos y una hermosa madre sustituta
que me enseñó a agradecer el estar viva.
Los días pasaron y
lo que suponía sería una escuela divertida se convirtió de pronto en mi peor
pesadilla. Soyung era una muchacha de personalidad desafiante, nunca comprendí
por qué le caí mal desde el primer día que me conoció. Me insultaba, me ponía
en ridículo ante los demás, me quitaba la comida, arrancaba las hojas de mi
cuaderno, me ponía sobrenombres y muchas veces llegó a golpearme.
El acoso sobrepasaba
las horas de clase, usaba las redes sociales, los mensajes de texto, y
cualquier medio que encontraba posible. Soyung y su grupo de amigos,
convirtieron mi existencia en un callejón sin salida. No tenía fuerzas para
defenderme, y mi debilidad no era física, era mental. Me sentía incapaz de
callarla, de hablar con mis maestros, de anunciarlo en mi hogar.
Recuerdo aquel día
en que mis fuerzas de acabaron, en que encontré como único modo de salir de
tanta humillación, cerrar los ojos para no abrirlos de nuevo. Me acerqué a la
orilla del inmenso mar y caminé hacia el fin.
Quizá no era mi
momento para morir, quizá mi misión era despertar y enseñar a los demás que el
bullying mata. No es un problema psico- social que debemos pasar desapercibido.
La gente afectada por este mal, se verá dañada psicológicamente para siempre, a
menos que reciba tratamiento adecuado. Debemos decir BASTA, gritar BASTA.
Los que somos padres
tenemos la obligación de estar alerta en dos sentidos. Por un lado cuidar que
nuestros niños no sean sujetos de bullying, conocer sus amigos, forjarles el
carácter, reforzar a diario su autoestima, enseñarles a autoconocerse de modo
tal que se valoren y no permitan que otros avasallen su vida. Y por otro lado y
de modo no menos importante, cuidar que nuestros hijos no sean agentes de
bullyng, la burla debe estar prohibida, debemos enseñarles que todos somos
iguales, que las diferencias físicas o mentales no nos hacen ni mejores ni
peores, inculcarles el amor, la solidaridad, la tolerancia, el respeto. Y
aunque suene un poco cliché, enseñemos con el ejemplo, no es tan complicado, sólo
basta darle una mirada al mundo para darse cuenta que muchos de los males de la
humanidad se producen por falta de amor a los demás.
(Who are you: School 2015)
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