En ocasiones
creemos que somos muy débiles para hacer cosas grandes, hace poco conocí a
Minha quien me contó que desde pequeña estuvo llena de miedos e inseguridades.
En la escuela era promedio muy bajo, era mala en los deportes, sin habilidades
para el arte y con pocas posibilidades de seguir una carrera universitaria con
éxito. A pesar de ello, cuando la observé, descubrí en su mirada un deseo
profundo de alcanzar cosas grandes, de dejar una huella que le dé sentido a su
vida.
En ese momento
recordé esta historia:
Hace muchísimo
tiempo vivía una anciana mendiga llamada “Confiar en la Alegría”. Esta mujer
observaba cómo
reyes, príncipes
y demás personas hacían ofrendas a Buda
y sus discípulos,
y nada le habría
gustado más
que poder hacer ella lo mismo.
Así pues, salió a
mendigar, y después de un día entero sólo había conseguido una monedita. Fue al
vendedor de aceite para comprarle un poco, pero el hombre le dijo que con tan
poco dinero no podía comprar nada.
Sin embargo, al
saber que quería el aceite para ofrecérselo a Buda, se compadeció de ella y le
dio lo que quería
La anciana fue con
el aceite al monasterio y allí encendió una lamparilla, que depositó delante de
Buda mientras le expresaba este deseo:
–No
puedo ofrecerte nada más que esta minúscula lámpara. Pero, por la gracia de
esta ofrenda, en el futuro sea yo bendecida con la lámpara de la sabiduría.
Pueda yo liberar a todos los seres de
sus tinieblas. Pueda purificar todos sus oscurecimientos y conducirlos a la
iluminación.
A lo largo de la
noche se agotó
el aceite de todas las demás
lamparillas, pero la de la anciana mendiga aún seguía ardiendo.
Al amanecer cuando
llegó Maudgalyayana, discípulo de Buda, para retirarlas, al ver que aquella
todavía estaba encendida, llena de aceite y con una mecha nueva, pensó: No hay
motivo para que esta lámpara
permanezca encendida durante el día. Y trató de apagarla de un soplido. Pero la
lámpara continuó encendida. Trató de apagarla con
los dedos, pero siguió
brillando. Trató
de extinguirla con su túnica,
pero aun así
siguió ardiendo.
Buda, que había
estado contemplando la escena, le dijo:
–¿Quieres apagar
esa lámpara, Maudgalyayana? No podrás. No podrías ni siquiera moverla, y mucho
menos apagarla. Si derramaras toda el agua del océano sobre ella, no se
apagaría. El agua de todos los ríos y lagos del mundo no bastaría para
extinguirla.
–¿Por qué no?
–Porque esta
lámpara fue ofrecida con devoción y con pureza de mente y corazón. Y esa
motivación la ha hecho enormemente beneficiosa.
Cuando Buda terminó
de hablar, la mujer se le acercó, y él profetizó que en el futuro llegaría a
convertirse en un buda perfecto llamado ―Luz de la lámpara. Así pues, es nuestra
motivación, ya sea buena o
mala, la que determina el fruto de nuestros actos.
"Toda
la dicha que hay en este mundo,
Toda
proviene de desear que los demás sean felices;
Y
todo el sufrimiento que hay en este mundo,
Todo
proviene de desear ser feliz yo”
Puesto que la ley del karma es inevitable e infalible, cada vez que perjudicamos a otros nos perjudicamos directamente a nosotros mismos, y cada vez que les proporcionamos felicidad, nos proporcionamos a nosotros mismos felicidad futura.
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