Una tarde de
amigos te vi por primera vez. Probablemente no recuerdo todas las veces en que
vi a alguien por primera vez, pero contigo fue diferente. Pasó el tiempo y
entre una y otra actividad en común, empezamos el contacto. Tu presencia pasó
desapercibida en mis días, andaba muy ocupada como para detenerme a apreciar
aquello que con el tiempo sería realmente importante. Y es que no suelo
detenerme en lo que de verdad importa – eso lo aprendí de ti tiempo después. Con
cierta frecuencia un mensaje tuyo aparecía en mi teléfono, lo tomaba con
alegría; y sin querer se convirtió en una rutina semanal que nunca pensé podría
llegar a extrañar. Varios meses después, como unos veinte quizá, te marchaste
tan fugazmente como apareciste. Mientras escribo, trato de convencerme que ya
no estás, trato de encontrar respuestas a las innumerables preguntas que
caminan por mi cabeza, trato de escucharte a pesar del silencio, trato de
aceptar que esta ausencia es necesaria y que a pesar de lo malo que se vea,
encierra un bien para mí, ya lo entenderás –decías – ya lo entenderás.
Cuando nuestro
lazo empezó a tomar formas insospechadas de domesticación, tuve muchos miedos,
¿Cómo no tener miedo a que partas? ¿Cómo no tener miedo a que olvides? ¿Cómo no
tener miedo a que olvide? Se puede ir por la vida haciendo amigos, ganando
algunos, perdiendo otros, y una vez más contigo fue diferente. A veces sospecho
que nuestra amistad fue planeada por ti, que me viste y dijiste seré su amigo,
llegaré a su desierto, secaré sus lágrimas, le cantaré al corazón, le crearé
recuerdos, me quedaré en su memoria. Seré de aquellos, que dejan huellas
imborrables, de esos que ganan espacios imposibles de ser ocupados nuevamente,
de esos que te enseñan con las palabras, con los actos, con las risas, con los
consuelos, con las peleas, con los silencios. Me oíste llorar y solo me
acompañaste, nunca hablaste mal de quien generaba esas lágrimas, me oíste renegar y solo
me acompañaste, nunca alimentaste mi ego ni mi poca paciencia con el mundo.
Poco a poco empecé a conocerte, tus malos ratos y poca expresividad, tu
aparente desinterés y poco cariño, casi te olvido, pero tu compañía era mejor.
Pudimos comprender varias cosas juntos, saltar barreras, buscar sonrisas,
navegar en palabras encantadas, contemplar atardeceres, escuchar en silencio,
practicar ritos, crear recuerdos, guardar secretos, hacer promesas una y mil
veces incumplidas, hablar sin palabras, unirnos en pensamientos. Te conocí y me
conociste, te quise y me quisiste. Te creí y me creíste. Te fuiste y me quedé,
me quedo con cada una de tus palabras, de las que dijiste y las que callaste,
me quedo con las sonrisas y los enojos, con los silencios, con tus misterios,
tus enseñanzas, tus errores y los míos, nuestras promesas, nuestros secretos,
nuestros temores, nuestros símbolos y nuestro – tantas veces - supuesto
desinterés, me quedo con esa capacidad de decirnos tanto sin voz, serás para
mí siempre único en el mundo, pude haber conocido muchos corazones, pude haber
sonreído espontáneamente muchos días, pero contigo fue diferente.
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