17/5/21
Tiempo
10/9/20
EN CADA SUSPIRO…
Los días pasan, y casi no tenemos tiempo para detenernos unos minutos y mirar a nuestro alrededor. Nos concentramos en lo que nos falta, en lo que nos duele y en lo que nos preocupa; y descuidamos lo realmente importante.
Abrazar al amigo, jugar con los niños, leer un buen libro, escuchar tu playlist favorito y cantar a viva voz sin que importe lo afinados que seamos, contemplar las estrellas, esperar un atardecer, hablar con Dios y así consolar nuestro corazón.
Nos olvidamos, en especial, de agradecer. Si tan solo usáramos unos minutos del día para observar y valorar todo lo bueno que tenemos, quizá no nos quedaría tiempo para quejarnos. Agradecer por la vida, por la salud, por los hijos, los padres, los amigos, la creación, e incluso por todo lo que en apariencia malo, trae consigo inmensos bienes que hoy no vemos pero que pronto develarán la mano de Dios en nuestra vida.
Creo y experimento la presencia de mi Dios amable y bondadoso, del que
me abraza en silencio miles de veces, que me sostiene con sus hilos
providentes, que me susurra fortaleza, que me perdona y me espera siempre.
Porque no se trata de esperar de Dios grandes o extraordinarios milagros, Él
hace muchos cada segundo del día, bastaría con detenerse a observar una flor,
para encontrar a Dios en cada suspiro de sus creaturas.
3/9/20
Bien por mal
25/8/20
Amor auténtico
Un refrán oriental dice que cuando te gusta una flor la arrancas, pero cuando la amas la cuidas y la riegas. Eso mismo te puede pasar con las demás personas. Es decir, puedes estar siempre mirando lo que te atrae de los otros para aprovecharlo, y así convertirlos en mero objeto de deseo y de uso. Pero cuando has logrado amar a alguien de verdad, te preocupa su felicidad, y te duele su dolor, y eres capaz de renunciar a tu comodidad para que esa persona pueda estar mejor. ¡Acontece eso cuando realmente llegas a amar!... La mayoría de las personas logran la experiencia del amor con sus hijos, o con unos pocos amigos. Pero los cristianos no podemos conformarnos con eso, estamos llamados a algo más. Nos toca tomarnos en serio el Evangelio cuando nos dice: “Si ustedes aman solamente a quienes los aman, ¿qué recompensa merecen? Y si saludan solamente a sus hermanos, ¿qué hacen de extraordinario?” (Mt 5,46-47). Jesús nos enseñó el amor universal. Él nos pidió ensanchar el corazón. Esto puede parecer imposible para nuestros corazones egoístas y pequeños, pero es posible si se lo pedimos y se lo permitimos al Espíritu Santo. Con Él se derrama “el amor de Dios en nuestros corazones” (Rm 5,5) y su fuego es capaz de calentar hasta los más helados.
21/8/20
ESE AMOR QUE ME ESPERA
Te
veo a diario, pero pocas veces me detengo a observarte. Días atrás, estuve
encerrada en una pesadilla en la que te perdía, y aunque fue muy dolorosa,
agradecí haberla recibido, pues pude experimentar lo que significaría tu
ausencia.
A
menudo pongo mis afectos en cosas vanas, alimento tristezas insensatas, riego
pensamientos confusos y me olvido de lo verdadera y únicamente importante; amar
como tú lo haces. No pretendo elevarte a la perfección o eliminar tus faltas,
las padeces, pero en estas líneas te contaré más bien, cuánto aprendo de ti y
de tu forma de amar.
Un
amor alejado de las cartas románticas o las conversaciones encantadas, un amor alejado
de las palabras endulzadas o los abrazos sofocantes; más bien un amor
auténtico. El que hace por mí, lo que yo no hago por ti. El amor que me protege
y me fortalece, que me enseña a no quejarme en los días malos, y ser prudente
en los días buenos. Ese amor que me escucha y me complace, ese amor que me sostiene
y me conforta, ese amor que no se cansa y me rescata de mis innumerables
tormentas. Ese amor que me espera, me comprende, me perdona, y me acepta.
Amar
es una tarea difícil, exige sacrificio, paciencia, renuncia, dolor, perdón; y
yo confío en que si Dios te puso junto a mí, es porque Él nunca se deja ganar
en generosidad.
19/8/20
CONTIGO FUE DIFERENTE
Una tarde de
amigos te vi por primera vez. Probablemente no recuerdo todas las veces en que
vi a alguien por primera vez, pero contigo fue diferente. Pasó el tiempo y
entre una y otra actividad en común, empezamos el contacto. Tu presencia pasó
desapercibida en mis días, andaba muy ocupada como para detenerme a apreciar
aquello que con el tiempo sería realmente importante. Y es que no suelo
detenerme en lo que de verdad importa – eso lo aprendí de ti tiempo después. Con
cierta frecuencia un mensaje tuyo aparecía en mi teléfono, lo tomaba con
alegría; y sin querer se convirtió en una rutina semanal que nunca pensé podría
llegar a extrañar. Varios meses después, como unos veinte quizá, te marchaste
tan fugazmente como apareciste. Mientras escribo, trato de convencerme que ya
no estás, trato de encontrar respuestas a las innumerables preguntas que
caminan por mi cabeza, trato de escucharte a pesar del silencio, trato de
aceptar que esta ausencia es necesaria y que a pesar de lo malo que se vea,
encierra un bien para mí, ya lo entenderás –decías – ya lo entenderás.
Cuando nuestro
lazo empezó a tomar formas insospechadas de domesticación, tuve muchos miedos,
¿Cómo no tener miedo a que partas? ¿Cómo no tener miedo a que olvides? ¿Cómo no
tener miedo a que olvide? Se puede ir por la vida haciendo amigos, ganando
algunos, perdiendo otros, y una vez más contigo fue diferente. A veces sospecho
que nuestra amistad fue planeada por ti, que me viste y dijiste seré su amigo,
llegaré a su desierto, secaré sus lágrimas, le cantaré al corazón, le crearé
recuerdos, me quedaré en su memoria. Seré de aquellos, que dejan huellas
imborrables, de esos que ganan espacios imposibles de ser ocupados nuevamente,
de esos que te enseñan con las palabras, con los actos, con las risas, con los
consuelos, con las peleas, con los silencios. Me oíste llorar y solo me
acompañaste, nunca hablaste mal de quien generaba esas lágrimas, me oíste renegar y solo
me acompañaste, nunca alimentaste mi ego ni mi poca paciencia con el mundo.
Poco a poco empecé a conocerte, tus malos ratos y poca expresividad, tu
aparente desinterés y poco cariño, casi te olvido, pero tu compañía era mejor.
Pudimos comprender varias cosas juntos, saltar barreras, buscar sonrisas,
navegar en palabras encantadas, contemplar atardeceres, escuchar en silencio,
practicar ritos, crear recuerdos, guardar secretos, hacer promesas una y mil
veces incumplidas, hablar sin palabras, unirnos en pensamientos. Te conocí y me
conociste, te quise y me quisiste. Te creí y me creíste. Te fuiste y me quedé,
me quedo con cada una de tus palabras, de las que dijiste y las que callaste,
me quedo con las sonrisas y los enojos, con los silencios, con tus misterios,
tus enseñanzas, tus errores y los míos, nuestras promesas, nuestros secretos,
nuestros temores, nuestros símbolos y nuestro – tantas veces - supuesto
desinterés, me quedo con esa capacidad de decirnos tanto sin voz, serás para
mí siempre único en el mundo, pude haber conocido muchos corazones, pude haber
sonreído espontáneamente muchos días, pero contigo fue diferente.
11/8/20
EL CIELO
Yo
me imagino el Cielo como un domingo en familia, con la mesa servida y los
rostros llenos de sonrisas, con el alma quieta y el corazón en paz.
Yo
me imagino el Cielo como un amanecer en los andes, sintiendo el rocío en las
mejillas, contemplando las hojas verdes y respirando profundamente.
Yo
me imagino el Cielo como un sábado en la tarde, jugando en la parroquia,
cantando con amigos, rezando a nuestra Madre, adorando a nuestro Dios.
Yo
me imagino el Cielo como el “Sí acepto” delante del altar, comprometiendo mi
camino a la eternidad junto al hombre que me sostiene y acompaña.
Yo
me imagino el Cielo como los ojos de mi hijo, chispeantes, inocentes, serenos, alegres.
Yo
me imagino el Cielo como la sonrisa de mi hija, pura, hermosa, genuina,
reconfortante, llena de paz.
Yo
me imagino el Cielo como el ronroneo de mi gata, desinteresado, cariñoso,
libre, honesto.
Yo
me imagino el Cielo como el amor de mamá y papá, único, valiente, eterno,
contra todo y sin reserva.
Yo
me imagino el Cielo como las conversaciones con amigos, profundas, divertidas,
sin sentido, entrañables, misteriosas.
Yo
me imagino el Cielo como un momento de asombro ante los logros más sencillos,
el pastel bien horneado, el problema de matemática resuelto, el partido de
fútbol ganado.
Yo
me imagino el Cielo como el momento exacto en que pude traer al mundo una nueva
vida, sentir el primer llanto, ver por primera vez sus ojos, sentir su cuerpo
pequeño, apreciar su olor a cielo.
Yo
me imagino el Cielo como los momentos de profunda conexión con Dios, tras una
confesión bien hecha, una Eucaristía puramente recibida, una meditación bien
trabajada o una adoración silenciosa.
Yo
me imagino el Cielo como el silencio perfecto al contemplar un paisaje hermoso,
que elimina palabras y transmite sensaciones poco describibles.
Yo me imagino el Cielo como un ininterrumpido mirar
a los ojos a alguien que te ama con pureza, perdiéndote en esa mirada y a la
vez encontrándote en ella, experimentando el ser amado y el amar como LA
VERDAD, tu Verdad.
Yo me imagino el Cielo como aquellas Misas
entrañables donde Su Presencia es tan potente que te abruma, donde sientes que
el Cordero está allí, vivo y vivificante, y que todo, de pronto, se vuelve
claro.
Imaginar el Cielo como todas las alegrías de este
mundo, multiplicadas al infinito, no nos da siquiera una pequeña idea de lo que
«ni el ojo vio, ni el oído oyó, ni vino al corazón del hombre… aquello que Dios
tiene preparado para aquellos que le aman».
Imagínate el Cielo, y vas a descubrir que vale la
pena ser fiel, cueste lo que cueste.
YMG
12/4/20
¿Por qué Jesús dobló el lienzo que cubría su Faz en el sepulcro?
Una tradición judía de ese tiempo nos revelaría el importante mensaje representado por ese gesto aparentemente insignificante
“¡Retiraron el Cuerpo del Señor y no sé a dónde Le llevaron!”